17 de abril de 2013

Puerto Eten


Era poco más de las 5:30 de la tarde, caminaba por la carretera con unos amigos, estábamos explorando el lugar en busca de leña para la fogata del campamento, el tiempo avanzaba y el sol iba descendiendo en la misma dirección que la carretera. El cielo, los árboles y los cerros de tierra y piedras se teñían de un tono amarillo. La tarde llegó a su fin y el sol desapareció en la dorada carretera al igual que un auto que se dirigía a ese misterioso lugar donde el sol moría. De regreso, sin leña, pero con algo de luz del ocaso, llegamos a donde se dividía la carretera, levanté la mirada y vi un letrero verde de esos que anuncian los desvíos. Decía Puerto Eten.

Eso sucedió hace más de 10 años y desde esa tarde siempre quise ir Puerto Eten, por ese motivo lo consideré en el itinerario de nuestro viaje al norte. Salimos de Cayaltí un poco antes de las cinco de la tarde calculando que llegaríamos a la carretera para Puerto Eten a tiempo para encontrar un paisaje parecido al que recordaba y poder tomarle fotos. Llegamos al desvío y tomamos esa carretera; pero el paisaje no estaba dorado, sino gris, el clima me había jugado en contra, el cielo estaba nublado y se veía niebla a lo lejos.

Llegamos a Puerto Eten, el panorama era similar al de la carretera. Buscamos la playa, allí unos cuantos bañistas dejaban ver sus siluetas cual fantasmas entre la bruma. Al lado izquierdo de la playa estaban preparando un escenario, seguro para algún concierto de fin de año. Continuamos hacia la izquierda en busca del muelle, y llegamos a un morro, desde allí pudimos ver al fin el muelle; pero ningún camino que nos lleve a él. Lo que si no esperabamos fue encontrar unos gallinazos de cabeza roja volando al ras del morro, no eran cóndores o águilas, pero verlos volar tan cerca, casi a la altura de nuestros ojos fue espectacular.

El largo muelle y uno de los gallinazos volando.

Fue complicado fotografiarlos en pleno vuelo y a contra luz.

Nos quedamos un rato ahí contemplando las aves, hasta que empezó a brillar un poco el sol. Bajamos del morro y buscamos algún camino que nos lleve al muelle, recorriendo algunas calles encontramos una en donde rieles gastadas sobresalían, eso era una buena señal porque antes los trenes que salían de las haciendas azucareras llegaban hasta el mismo muelle, seguimos por esa calle que se convirtió en una camino de tierra, de pronto el camino empezó a entrar a una especie de cañón algo lúgubre y solitario, como desde el morro había visto que el muelle salía desde el acantilado no quedaba duda de que ese era el camino.

El muelle sale desde el acantilado, no hay playa al rededor ni lugar donde estacionar.

Para llegar al muelle hay que atravesar esta especie de cañón.

Al llegar al muelle la sensación fue algo atemorizante, sólo imaginen, van por el cañón y de repente llegan al final y lo único que ven hacia los costados son las paredes del acantilado, lo que ven hacia abajo es el mar y lo único que les impide caer al agua si avanzan un metro más son los viejos maderos de un muelle que no tiene barandas a los costados. Una vez superada la impresión y al ver que había un par de carros estacionados sobre el muelle decidí subir a los maderos de éste y esperar a que resista el peso de tres vehículos.

Imaginen salir del cañón y encontrar esto.

El muelle era el único lugar donde estacionarse.

Obviamente, y a pesar de sus años, el muelle resistiría el peso de los tres vehículo y quizá mucho más, teniendo en cuenta que antes un tren ingresaba a él y recorría sus 830 metros originales. Actualmente el muelle tiene un poco más de 700 metros; el tiempo, dos maretazos y la falta de mantenimiento han ido mermando su longitud y ahora es usado sólo por pescadores y algunos surfistas que aprovechan su longitud para entrar bien adentro en el mar.

En el muelle corre mucho viento y hace frío, el viento es fuerte y como no hay barandas definitivamente no es buena idea acercarse al borde, esto me hizo pensar en lo peligroso que habría sido su construcción hace más de 140 años colocando viga por viga por casi un kilómetro adentro en un mar que no se caracteriza por ser tranquilo. Y así me puse a pensar en otros grandes muelles que conozco: Mal Abrigo, Pacasmayo y Pimentel y en cómo el auge económico de esos años llevó a la construcción de semejantes obras que hoy han quedado olvidadas.

Luego de la reflexión y tomar algunas fotos era hora de regresar y a pesar de que el muelle tiene más de nueve metros de ancho no me animé a dar una vuelta en U, así que simplemente retrocedí. Una vez en el cañón di la vuelta en U, éste es más estrecho y tuve que maniobrar más; pero era preferible maniobrar más y toparse con las paredes de tierra de un cañón estrecho a caer al mar por el borde de un muelle sin barandas. Esa tarde estábamos con marea alta, supongo que en marea baja no caeríamos al mar sino a la arena... fuera de bromas, cuando hay marea baja me imagino que se debe formar una atractiva playa bajo el morro y cerca del muelle.

La vista es impresionante.

Ese el el morro desde donde vi volar a los gallinazos. En marea baja esta debe ser una playa muy atractiva.

Era momento de retroceder para regresar.

Luego de maniobrar para salir del muelle seguimos directo por el cañón y por la calle de los rieles viejos hasta llegar a la Plaza de Armas, las nubes se estaban disipando y el ambiente estaba más colorido. Las casas de la calle que lleva al muelle y las de la plaza nos muestran lo próspero que fue Puerto Eten. Hay casas de todo tipo: anchas, angostas, las que parecen palacios, algunas habitadas y otras abandonadas. La iglesia es pequeña, pero de un diseño poco común y la plaza tiene una rotonda con bonitos detalles en su decoración. Al igual que Zaña, Puerto Eten nos recibió limpio, sus pistas estaban nuevas y bien señalizadas, esto es un ejemplo que otros pueblos o ciudades más grandes y con mayores recursos deberían seguir. Lo que sí no me gustó fue la cantidad de cables aéreos que invaden el cielo y rompen con la tranquilidad que ofrece el lugar.

Algunas casas son anchas.

Algunas son angostas.

Esta parece un pequeño palacio, lástima que esté abandonada.

La rotonda en el centro de la plaza tiene muchos detalles en su decoración.

La iglesia de Puerto Eten.

Y así terminó nuestra visita a Puerto Eten, me falto conocer el otro lado del pueblo, pero será para otra oportunidad, teníamos salir rápido para evitar el tráfico que se forma a la entrada a Chiclayo. No logramos evitar el tráfico, salimos a la carretera Panamericana y desde Reque (8 km antes de Chiclayo) hasta Chiclayo tuvimos que soportar mototaxis, autos, ticos, combis, camiones y buses que se peleaban por adelantarse unos a otros en ambos sentidos de la carretera. Al final llegamos a Chiclayo poco más de las siete y algo de siete horas también de haber dejado Pacasamyo. Al llegar a casa de papá, él nos dijo que de Puerto Eten a Chiclayo hay una nueva pista que pasa por Monsefú y no hay nada de tráfico. Ni modo, será para la próxima.


Antes de llegar estuvimos en Zaña y Cayaltí y luego continuamos hacia el norte.

Puedes ver más fotos en el álbum de Facebook.


Mapa: Llegar al muelle sin conocer es algo complicado, aquí les dejo la ruta. Si luego quieren ir a Chicalyo, es preferible tomar la pista que pasa por Ciudad de Eten y Monsefú, así se evitarán el tráfico de la carretera Panamericana.

Por: Jorge David Cachay Salcedo
Leer más »
4 de abril de 2013

Zaña: un lugar con historia


Hay un pueblo en el norte del Perú que en la época del virreinato fue una gran ciudad, es más, pudo haber llegado a ser la capital del Perú virreinal; no obstante, la naturaleza se encargó de dejarla en ruinas. La gente huyó del lugar y fueron a poblar Lambayeque, los pocos que quedaron volvieron a levantar con humildad un pequeño pueblo sobre los restos de lo que antes había sido la opulenta Zaña que hoy sobrevive gracias a la agricultura y siemore tratando de conservar su pasado histórico.

Luego de pasar un par de días en Pacasmayo nos dirigimos a Chiclayo para visitar a mi papá y pasar la noche de año nuevo antes de continuar nuestro viaje hacia Tumbes. A la altura del km 740 de la Panamericana Norte divisamos el letrero que indicaban la entrada a Zaña. Son 10 km de pista asfaltada que separan el pueblo y la Panamericana, nada comparando con los 30 km que nos faltaban para llegar a Chiclayo y como nos moríamos de hambre y curiosidad nos desviamos rumbo a Zaña para almorzar.

La curiosidad se debía a unos recuerdos vagos que tenía del tiempo del colegio. Resulta que una tarde pasamos por ese lugar luego de haber visitado la tumba del Señor de Sipán, era un paseo del colegio y el chofer del bus tomó esa ruta para no tener que regresar por Chiclayo y ahorrarse unos cuantos kilómetros. Yo estaba medio dormido, y al asomar la cabeza por la ventana vi unos arcos y pilares de adobe en ruinas, no les presté atención, tampoco presté atención a lo que contaba el chofer del bus, historias de terremotos, inundaciones, piratas, castigos divinos y capitales del Perú. Me quedé dormido y crecí creyendo que lo que había visto se trataba de las ruinas de alguna antigua hacienda azucarera de las tantas que hay por el norte. Nada más lejos de la realidad.

Llegamos a Zaña y buscamos un lugar para comer, fue difícil, no había nadie en las calles, quizá por el calor, quizá porque la gente se estaría preparando para recibir el año nuevo esa noche. Dimos un par de vueltas y me gustó que todo estaba limpio, las casas con sus paredes pintadas, las calles con las pistas y sus veredas como nuevas, y a pesar de la antigüedad de las casas parecía como si Zaña recién hubiese sido construida. Al fin encontramos a alguien quien nos indicó dónde encontrar un restaurante. Fuimos, comimos y pagamos la cuenta. Mientras pagaba le pregunté a la señora que nos atendió por dónde llegaba a las ruinas de la hacienda, la señora me miró con cara de confusión. Me dijo que las únicas ruinas que hay en Zaña son las de las Iglesias y que la única hacienda cerca era la de Cayaltí. Después de escuchar eso quien estaba confundido era yo. Seguimos sus indicaciones y llegamos al convento de San Agustín. Luego de visitar el Convento-Museo y de conversar con el chico que vendía las entradas al lugar, despejamos las dudas y ahora les cuento un poco la fascinante historia de este lugar. 

Entrada del convento de San Agustín


Su historia

Zaña fue fundada en noviembre de 1563 con el nombre de Villa Santiago de Miraflores de Zaña, hasta antes de su fundación esta zona era habitada por descendientes de los Mochica quienes habían hecho importantes obras de regadío para llevar agua a sus cultivos. Cuando llegaron los españoles vieron lo fértil que era este valle y desplazaron a los indígenas hacia los cerros aledaños para aprovechar estos canales. Además porque ésta era también una zona estratégica por estar a medio camino ente la costa y los pueblos de la sierra y entre los valles de Lambayeque y Jequetepeque,


Los españoles también trajeron esclavos desde África para trabajar en los campos y no pasó mucho tiempo para que Zaña alcanzara renombre y rivalizara con Trujillo para convertirse en la segunda ciudad del Perú. Destacaba también por su arquitectura y la llamaban  la "Pequeña Potosí" y también la “Sevilla del Perú”, tenía siete iglesias principales, casonas y palacetes; todos diseñados por artistas españoles y construidos por indígenas de la región.

Arcos en el patio del convento.


Tal era la riqueza y la fama de Zaña que en marzo de 1686 fue zaqueada por el pirata británico Edward Davis quien arrasó con todo lo que encontró a su paso y que además de llevarse un gran botín ─cuentan por ahí─ secuestró a una joven de alcurnia para pedir un cuantioso rescate por ella. Su familia pago el rescate; pero la joven nunca regresó. Dicen que se enamoró del pirata y se fue con él.

Esta ave nos miraba con desconfianza desde lo que quedaba de la cúpula.


Luego de recuperarse de esta desgracia, en marzo de 1720, llovió tanto que las aguas del río Zaña se desbordaron y arrasaron con todo lo que encontraron a su paso, sobreviviendo sólo algunos muros y pilares de cuatro iglesias del lugar, muchos consideraron esta tragedia un castigo divino, debido a los ritos paganos y orgías que practicaba la población. Después de esta desgracia, la mayoría de sus habitantes emigraron a poblados aledaños, especialmente a Lambayeque y allí volvieron a construir sus lujosas mansiones. Los que quedaron, en su mayoría esclavos e indígenas, reconstruyeron el lugar, por este motivo el 90% de la población de Zaña es afrodescendiente, y junto al pueblo de Capote (distrito de Picsi), conforman las dos únicas poblaciones de afrodescendientes que persisten al tiempo en el departamento de Lambayeque.

Ruinas de lo que fue la Iglesia Matriz de Zaña.

Lo que queda de la Iglesia de San Francisco.

Iglesia de la Merced, sólo quedan la fachada y una pared lateral.

Y esa fue la singular historia de este enigmático lugar. Seguimos las indicaciones del chico que vendía las entradas para llegar a las otras ruinas que están en medio de la campiña. También nos topamos con el río causante de la ruina de esta esta antigua ciudad. Allí encontramos un puente colgante por donde, dicen, cruzaban los esclavos. La verdad después de ver el río y las ruinas resulta difícil creer que este haya causado tal daño y que antes de eso haya existido una gran ciudad. Cruzamos el puente (uno de cemento que está al lado del colgante) y luego de un kilómetro llegamos a un pueblito de gente muy sonriente llamado La Otra Banda.

Antiguo puente colgante y el manso río Zaña, quién pensaría que ese río destruiría una ciudad.

La plaza del pequeño pueblo cruzando el río Zaña.

Iglesia y pileta del pueblo.

Regresamos al pueblo y visitamos la plaza. Allí encontramos cuatro estatuas representando cuatro oficios, me llamó la atención que tres de ellas eran personas negras. Después de dar unas vueltas por la plaza nos fuimos a Cayaltí creyendo que eso era todo lo que había para conocer en Zaña.

Este negrito se dedica a picar piedras.

La plaza de Zaña.

Cayaltí 

Está a unos tres kilómetros de Zaña, por una pista asfaltada. Cuando llegamos encontramos mayor movimiento que en Zaña, la gente y los niños caminaba y jugaban por la calle, había una feria en la plaza y ésta estaba adornada con motivos navideños. Dimos una vuelta por la casa hacienda y el ingenio azucarero que parece abandonado y salimos de allí rumbo a la Panamericana.

Casa hacienda de Cayaltí


El ingenio azucarero hoy luce abandonado.

Esa tarde nos fuimos de Zaña sin saber todo lo que nos faltaba por conocer, el chico de las entradas sólo me había contado lo de la inundación, todo lo demás lo investigué al llegar a Lima, y después de leer conocí su sorprendente historia, además que recién ahí pude comprender el porqué de las estatuas de los negritos de la plaza. Hasta ese momento creía que los esclavos estuvieron sólo en Lima e Ica; aún me queda mucho Perú por descubrir y claro, su sorprendente historia.

Zaña quiere llegar a ser un importante centro turístico en el departamento de Lambayeque y su gente se esfuerza por conseguirlo, su pueblo limpio y ordenado es prueba de ello. Por otro lado en el 2005 se inauguró El Museo Afroperuano, el primero en su género y donde se dedican a salvaguardar y difundir el patrimonio de los afrodescendientes de la región. Y no sólo me perdí de conocer el museo, sino también de probar los dulces regionales que se producen en el lugar. Se dice que los mejores los podemos encontrar en la casita de Doña Aurora Donayre que está frente a la entrada del Convento de San Agustín y cuya receta ha pasado de generación en generación. Por último me perdí también de escuchar las décimas que son una tradición entre los habitantes en este pueblo y que con mucho orgullo las cantan y recitan a todos los visitantes que estén prestos a escucharlos. Será para la próxima vez que visite este lugar.

Esta aventura inicia en este antiguo puerto  y continua en este otro puerto.

Puedes ver más fotos en el álbum de Facebook.


Mapa:

Por: Jorge David Cachay Salcedo
Leer más »