29 de octubre de 2015

Quinua, pueblo de artesanos


Salí muy temprano del hotel. Mi vuelo de regreso a Lima era por la tarde y tenía que aprovechar la mañana para conocer algo más de Ayacucho. La ciudad ya la había ido recorriendo, un rinconcito a la vez, cada tarde de aquella semana que estuve por allá. Esa mañana tocaba ir más lejos.

Tome un taxi al terminal para Quinua, no por la distancia, más bien por el tiempo. Quería conocer esa pampa donde se había librado la última y definitiva batalla para la independencia del Perú y a ver si recordaba algo de lo que enseñan en el colegio. 

En el terminal la combi no demoró mucho en llenarse y tampoco tardó mucho en llegar a Quinua. Durante esos 40 minutos de viaje iba pensando en las clases de historia del tercer grado y lo único que recordaba es a mí, jugando con unos soldaditos de plástico que me habían regalado. No los clásicos soldaditos verdes, sino unos que parecían Húsares de Junín. Dos bolsas repletas de ellos. Azules para los patriotas y rojos para los realistas. Recuerdo que en esos días recreaba al pie de la letra la batalla, tal como la profesora nos había enseñado.

Una pareja de enamorados y yo fuimos los últimos en salir de la combi, antes de bajar le preguntamos al conductor cómo llegar hasta la pampa y amablemente se ofreció a llevarnos. Conocimos el monumento e hicimos trekking por un bosque y hasta nos perdimos; pero de eso les contaré aquí, porque en esta ocasión les mostraré un poco de Quinua, ese pueblo que no sabía que existía hasta que regresé de la pampa.

Esta calle es una de las primeras que vi al regresar de la pampa.

Regresamos por el mismo camino por el que nos había subido la combi, al menos eso pensaba hasta que me di cuenta que nada de lo que veía era igual. Hasta ese momento la única idea que tenía de Quinua era una pampa con el emblemático obelisco. Pero a medida que caminaba iba encontrando un pueblo silencioso, limpio, de casas pintadas de blanco, calles empedradas y pequeñas iglesias en los tejados.

En la calle por donde entrabamos al pueblo están las tiendas de artesanía. Ingresé a cada una para ver que podía de comprar. Mucha variedad, para todos los gustos; pero lo que más abunda son los toros y las iglesias, ambos desde los más pequeños y primorosos que se ven minúsculos en la palma de la mano hasta los enormes que solo podrían ser cargadas entre dos personas.

No solo hay iglesias en los tejados.

El detalle de estas decoraciones es notable.

Estaba cansado y de hambre por la caminata en el bosque; pero en el pueblo me olvidé de todo. La atmósfera era relajante e invitaba a caminar y perderse contemplando lo que había al rededor: las tiendas, las calles vacías, las casas, los tejados con plantas e iglesias, las flores.




Parecen pequeñas plantas de quinua creciendo en el tejado.

A esta balerina se le quemó el vestido.

Y así, caminando entre casitas blancas y calles empedradas, llegué a la plaza que sin necesidad de palabras te invita a dejar el tiempo pasar. Eso fue exactamente lo que hice, sentarme en una de sus bancas y dejar que el tiempo transcurriera calmado y sin prisas. Pero la felicidad no podía durar todo el día, tenía que regresar a Ayacucho.

De la iglesia sale una calle escalonada con árboles y flores, por ahí se llega al terminal si es que empiezas a conocer el pueblo de atrás hacia adelante como lo hice yo. Pero si al bajar de la combi primero vas a la plaza nada mejor que esta calle para que Quinua te de la bienvenida.







Mientras almorzaba.


Frente al terminal está el mercado, allí me encontré con los chicos que había conocido en la pampa pues nos habíamos separado en una de las tiendas de artesanías. Ellos también estaban de hambre así que aprovechamos en comer algo allí mismo antes de regresar a la ciudad.




Por: Jorge David Cachay Salcedo

2 comentarios:

  1. EXCELENTE DESEARIA CONTACTARME CON LOS ARTESANOS PARA PODER HACER5 PEDIDOS DE ARTESANIA PARA NAVIDAD.956696041

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  2. EXCELENTE DESEARIA CONTACTARME CON LOS ARTESANOS PARA PODER HACER5 PEDIDOS DE ARTESANIA PARA NAVIDAD.956696041

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