22 de septiembre de 2016

La pampa de Ayacucho y el bosque de Usqu Willka


El conductor de la combi, muy amable él, nos llevó hasta la pampa. Éramos una pareja de enamorados y yo los que estábamos dentro, los otros pasajeros se habían quedado en el paradero del pueblito de Quinua. A medida que subíamos, se hacía visible el imponente obelisco de mármol blanco y más de 40 metros de altura.

Nos detuvimos. Habíamos llegado a la pampa de Ayacucho o pampa de la Quinua como también la conocen. Salimos del vehículo y luego de dar unos cuantos pasos un pequeño estremecimiento recorrió mi cuerpo; quizá el saber que justo allí se desarrolló una batalla, de algún modo, me hizo sentir reverencia y respeto por aquel lugar. Sospecho que mis compañeros de viaje sintieron lo mismo pues también dieron unos cuantos pasos y se quedaron parados contemplando todo alrededor.

Allá en la pampa se pueden hacer paseos a caballo, comprar artesanías en una pequeña feria, comer algo típico y hay niños guías que se te acercan para contarte la historia de la batalla y algunos datos del sitio a cambio de una propina; sin embargo, habíamos llegado antes de la hora habitual pues no había ni un solo caballo y los pocos vendedores de artesanías y comida, y niños aún se encontraban tomando desayuno.


Y allí nos encontrábamos, sin nada más que hacer que contemplar el obelisco, la pampa y el paisaje. Me acerqué y les pregunté si ya conocían y les comenté que mientras subíamos en la combi había visto un letrero que decía Bosque de Usqu Willka y que si les parecía buena idea podríamos ir a conocerlo. Aceptaron.

Este bosque tiene un área aproximada de 100 hectáreas y allí se puede encontrar gran diversidad de flora y fauna silvestre. Desde Quinua al bosque, hay unos 6 km por una trocha por la que pueden ir en carro los que deseen ahorrarse la caminata, aunque siempre es mejor ir a pie y disfrutar paso a paso el entorno. En nuestro caso, íbamos a jugar a los exploradores pues desde la pampa ni siquiera sabíamos cómo llegar al camino que lleva a Usqu Willka. La única referencia que teníamos era el letrero que daba inicio al camino y que se dirigía hacia el este.

Juguemos en el bosque mientras el lobo no está...

Desde la pampa, miramos hacia esa dirección, divisamos una trocha, se veía cerca y comenzamos la caminata hacia ese lugar. Cuando llegamos al borde de la pampa experimentamos la relatividad de las distancias en la sierra, pues un "aquicito no más" no siempre significa cerca; en nuestro caso ahora teníamos que descender por una quebrada.

Temprano, cuando llegamos, estaba nublado y caía una ligera llovizna, ahora el sol empezaba a asomarse entre las nubes mientras entrábamos a una zona de eucaliptos que, junto con el aroma a tierra mojada, perfumaban el ambiente; a lo lejos se sentía el rumor de una caída de agua, seguimos el sonido y llegamos hasta una cascada. Más naturaleza que eso, imposible.

Teníamos que ir hacia allá, pasando ese cerro, allicito no más.



Eucalipto fresco y tierra mojada, una agradable sensación para el olfato. 

A partir de ese punto teníamos que subir y al fin llegamos hasta la trocha que habíamos visto, el sendero que lleva al bosque. Lo lógico hubiera sido seguir por él; pero nosotros en el afán de ahorrar pasos decidimos cortar distancia atravesando el bosque. Nuestro razonamiento había sido: si viene en zigzag desde abajo, igual sigue hacía arriba.

Subimos el cerro atravesando el bosque; pero ya no volvimos a toparnos con el camino. A pesar de ello, no nos sentíamos perdidos pues para regresar bastaba con volver sobre nuestros pasos. Lo que sí hallamos fue un claro en medio del bosque lleno de flores e insectos. Allí nos quedamos un rato mientras un ave rapaz chillaba y volaba en círculos sobre nosotros, seguramente su nido estaba por ahí cerca. 



Flor de papa.

Encuentren al saltamontes.



Luego de nuestro breve descanso en medio de toda esa paz continuamos. A medida que entrábamos más en el bosque, el follaje se hacía más denso hasta el punto en que ya no era fácil ver el cielo, la escasa luz y el silencio que nos acompañaba, pues solo se escuchaban nuestros propios pasos sobre la hojarasca, le daba un toque tenebroso al entorno. En ese momento, empezamos a sentirnos perdidos, quizá más por el efecto psicológico que producía todo ese ambiente, que por el mismo hecho de estar perdidos. Sin embargo, nos pusimos a bromear sobre ello.

Por aquellos días andaba de moda "el caso Ciro": una pareja que se había perdido en el cañón del Colca; a la chica la encontraron viva luego de algunas semanas y al chico, a Ciro, lo encontraron años después, muerto. Nuestro estado no era para tanto; pero nos entreteníamos comentando las diferentes hipótesis de lo que les habría pasado a esos chicos, de lo que nos podría pasar a nosotros en ese bosque y de dónde podría estar Ciro porque hasta ese día todavía no lo habían encontrado. 

Hicimos otra parada después de más de una hora de caminata. Como no habíamos seguido la ruta oficial no teníamos certeza de si ya estábamos en nuestro destino, lo que sí era seguro es que nos encontrábamos en medio de un denso bosque, y Usqu Willka es justo eso, un bosque, así que dimos por hecho nuestra llegada. Además, por otro lado, convenimos que no era prudente continuar pues, rodeados de árboles como nos encontrábamos, no podíamos precisar qué tan lejos nos encontrábamos de la pampa y mucho menos por dónde regresar. Estábamos perdidos, ahora nos tocaba buscar troncos y leña para construir una cabaña y hacer una fogata, seríamos los nuevos habitantes de la montaña. No, eso no pasó, solo iniciamos nuevamente la caminata, pero esta vez descendiendo.

Esta plantita crecía del musgo de la roca.

Todos los árboles tenían esta clase de hongos creciendo en sus troncos.

Esta flor de aspecto extraño es muy común en la zona, pertenece a la familia de las calceolarias.

El follaje ya no dejaba ver el cielo.


Hongos por doquier.

Esta flor es diminuta, todo este ramito medía un par de centímetros.

A los pocos minutos nos topamos con la trocha. Continuamos por ahí y poco a poco cambiábamos los frondosos árboles por unos campos de cultivo no se si de avena, cebada o trigo; pero que con el bosque de fondo dibujaban un bonito paisaje.

Dejamos los cultivos atrás con un par de zigzag del camino, ahora íbamos rodeados por los arbustos de esas flores amarillas con forma de cuchara (que son típicas del lugar) y unos cuantos árboles. Íbamos bordeando la quebrada hasta que llegamos al punto más bajo donde había un puente de piedras y troncos. A partir de allí nos esperaba la subida.

Nosotros queríamos ir al obelisco y de haber continuado por este camino hubiéramos llegado primero al pueblo para luego subir nuevamente hacía la pampa. Ese recorrido se nos hacía largo; más aún, teniendo en cuenta que desde nuestra posición solo teníamos trepar por la ladera para conseguirlo. Tiempo después, ya en la pampa, y mientras nos recuperábamos del agotamiento tirados en el pasto, reflexionamos en que quizá lo mejor hubiera sido optar por la primera opción.

Sucede que la subida por la ladera era empinada. Y sí que era empinada porque a pesar de ya haber estado caminando por más de tres horas, la mitad del tiempo subiendo una montaña, en esta ocasión empezamos a sentir que nos faltaba el aire. Felizmente a media subida nos encontramos una pradera y pudimos descansar un poco cerca a unas ovejas pastando y un solitario perro que nos miraba con curiosidad.

Dejando el bosque atrás.





El último tramo fue lo peor. Si ya de por si la subida era empinada, ahora se sentía el doble pues el suelo era arenoso y además había que tener cuidado de no tropezar con las raíces de los árboles que sobresalían. Llegamos a la cima con la lengua afuera y sin aire, directo a tirarnos al pasto a recuperarnos de la ardua subida.

Una vez recuperados nos dirigimos al obelisco. A diferencia de cuándo llegamos ahora sí había movimiento: uno que otro turista, campesinos pastoreando sus ovejas, un grupo de música folclórica grababa un vídeo clip y los vendedores de artesanías y comida que ya habían abierto sus puestos.





Ya en el monumento nos pusimos a recorrerlo. Se puede subir al obelisco, tiene un pequeño y estrecho balcón con una bonita vista hacia la pampa. Dentro de éste también hay una especie de museo con un traje y unas pinturas que prácticamente están allí colocados a su suerte, además de que el lugar carece de iluminación.

Personalmente cada vez que salgo de viaje me inclino más por los paisajes, la arquitectura, la flora y fauna; no soy mucho de apreciar las ruinas, monumentos o museos. No obstante, considero que lugares como éste que fueron sitios importantes durante el desarrollo de nuestra historia, no deberían estar así, prácticamente olvidados por las autoridades y cuyo único atractivo a parte del obelisco en sí mismo, sea el subir a ese estrecho balcón.


Estos cañones estaban cerca al obelisco. Años posteriores que visité el lugar no los volví a ver.


Desde el balcón del obelisco. En esta pampa se desarrollo la batalla.

Y así fue mi primer contacto con el Santuario Histórico de la Pampa de Ayacucho, pues ese es su nombre oficial, lugar donde puedes echarte en el pasto, contemplar la nubes y sentir mucha paz, siempre y cuando no haya mucha gente. Además también ésta el hecho de poder ir al bosque de Usqu Willka y sentirte en contacto pleno con la naturaleza silvestre, exceptuando lo de sentirse perdido que no es una sensación agradable, felizmente no estuve solo.

¡Ah! y si lo tuyo no es caminar, pero también quieres sentirte en medio de la naturaleza puedes subirte a un caballo y pedir que te lleven a las cascadas. Pagas un sol por persona como derecho de ingreso y allí también hay árboles y flores, además de unos miradores para apreciar las caídas de agua.


Si quieres ver más fotos puedes ir al álbum de Facebook.


Por: Jorge David Cachay Salcedo

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